lunes, 22 de agosto de 2016

Hola.
Por visitar este Blog y sobre todo por haberme permitido darte mi servicio, como muestra de mi agradecimiento, te narraré lo que hace tiempo me pasó, cuando aún no me dedicaba al oficio más antiguo del mundo.
Trabajaba en un restaurante del Aeropuerto de Monterrey. Era un trabajo pesado, pero como me encanta cocinar, la pasaba bien a pesar de que cada vez que terminaba mi jornada, como todos, debía pedir "ride" hasta el paradero más cercano de los camiones que van a Monterrey. Habitualmente, y por un tema de seguridad, siempre iba con compañeros de trabajo o con empleados del Aeropuerto -a los cuales ya conocía- que salían de sus trabajos a la misma hora y que debían hacer lo mismo que yo. En una oportunidad, salí bastante más tarde de lo habitual. Estaba preocupada porque ya eran casi las doce de la noche y no pasaban autos para que me den "ride", así que no me quedó otra opción que caminar hasta el paradero del camión. El trayecto no tenía iluminación de ningún tipo y estaba descampado; recuerdo que las primeras construcciones de algo estaban como a doscientos metros, y era lo mismo para ambos lados de la carretera. Caminaba tan rápido, no sé si por los nervios o por el frío; pero, por lo que haya sido, sin querer di alcance al chef de otro restaurante, al cual nombraré para esta historia como R. R es de complexión normal, estatura promedio, tez blanca, voz muy clara y de tono bajo, mirada que huye si la tuya hace contacto con ella, y sonrisa tímida. Hasta ese día habíamos hablado muy poco, debido a que ambos trabajábamos en la cocina. Yo seguí caminando rápido así que, debido a ese ritmo lo sobrepasé sin darme cuenta que era él; estando unos pasos delante de él, me dijo: “Ey, no camines tan rápido, para acompañarnos”. Me asustó el que "esa persona" me hablara, pero reconocí su voz tan peculiar. Me detuve y empezamos a caminar juntos; hablábamos de por qué habíamos salido tan tarde, de lo peligroso que es para todos caminar ese trayecto a esa hora, de que debían autorizar para que los camiones lleguen hasta algún punto cercano al Aeropuerto, y de cómo era posible que ambos nunca hayamos coincidido antes en un "ride" o caminando ese trayecto. Así siguió la conversación hasta que entramos al tema de nuestros trabajos; él me confesó que sentía envidia del cocinero del restaurante en el que yo trabajaba, comentario que se me hiso muy raro, pues el restaurante en el que él trabajaba tenía más afluencia de clientes que en el que yo trabajaba. Entonces, le pregunté que por qué sentía eso, y me dijo: “yo también quisiera tener a una ayudante de cocina tan buena en lo que hace y distractora como tú”. Mi primera reacción por su comentario fue reírme, aun cuando me gustó que lo dijera, pues a todas nos gusta que reconozcan nuestro trabajo y que nos piropeen inteligentemente. Con voz firme y frunciendo el ceño, me preguntó: “por qué te ríes”. Le expliqué que me causó gracia el que dijera que soy tan buena en lo que hago, pues nunca me ha visto trabajar, como para que sepa que soy buena haciendo mi trabajo; y, sobretodo, por aquello de “distractora”. “La verdad, es la verdad”, dijo, y siguió: “los meseros de mi restaurante me han comentado que cocinas mejor que el chef del tuyo, y que eso debe ser porque lo distraes con tu sensualidad”. Ante eso, nuevamente me reí, pero esa segunda vez fue de nerviosismo, pues no sabía qué responderle. Él siguió haciendo comentarios al respecto, pero yo no le prestaba mucha atención, pues en mi mente trataba de encontrar la razón de por qué dijo que mi “sensualidad” distraía al chef, pero también trataba de encontrar la razón de por qué ese comentario dicho por él generó en mí un estremecimiento súbito. No sé cuánto tiempo estuve abstraída por esa sensación, sólo recuerdo que R me detuvo para preguntarme: “¿Estás molesta?” Le respondí que no y que me sentía alagada por sus comentarios; obviamente no le iba a decir que durante mi silencio descubrí que él me gustaba, pues ese estremecimiento súbito sólo me lo han generado todos aquellos quienes en algún momento me han gustado. Seguimos caminando y conversando. No sé si por lo irregular del camino y la oscuridad, o porque inconscientemente me pegué mucho a él, de raro en rato nuestras manos se rosaban; en cada rose, yo sentía que mi piel se me ponía como de gallina, que mi respiración se aceleraba y que mi entrepierna se humedecía cada vez más con cada rose. Así seguimos, cuando de pronto vimos las siluetas de personas caminando en sentido opuesto al nuestro y por el otro lado de la carretera, a aproximadamente trecientos metros; me pareció ver siete siluetas, él dijo que vio nueve. Como una reacción instintiva, le tomé la mano y con la otra le sujeté el brazo. Al darse cuenta de mi miedo, él reaccionó haciendo que nos agacháramos sin dejar de caminar y nos sacó del camino hacia unos surcos o trincheras hechas con desmonte que estaban a unos veinte metros de la carretera. Escondidos, sin saber si esas personas se habían dado cuenta que nosotros estábamos yendo “a su encuentro” y que luego nos salimos del camino, y con mucho miedo, en absoluto silencio, permanecimos agazapados hasta que R los vio llegar a nuestra altura. Él estaba a mi derecha, pero me imagino que para ver si ya se habían alejado, se arrodilló y se movió -pasando por encima de mis piernas- hasta quedar detrás de mí. Poco después, me dio una palmada en la pantorrilla para que yo le preste atención y con voz susurrante me dijo: “mira, ya se alejan”; me arrodillé sin despegar mis manos del suelo, pero como yo no sabía qué tan cerca de mí estaba R, sentí que con mi nalga izquierda toqué su “paquete“ y de inmediato me quedé paralizada. Él no se hiso para atrás y yo, por mi “parálisis”, no me hice para adelante. No dijimos nada. Yo seguía sintiendo su pene y noté cuando crecía. “De la que nos libramos”, dijo, pero no se despegaba de mis nalgas y cruzó su otra pierna, de modo que él quedó arrodillado entre mis piernas, y yo seguí arrodillada y sin quitar mis manos del suelo. Yo le dije que fue bueno salirnos del camino; él, poniendo sus manos en mi cintura me preguntó: “¿tú crees?” A ese punto yo ya sentía su pene entre mis nalgas y mi lubricación vaginal estaba embalsada. Le respondí que estaba absolutamente segura que sí, y puse énfasis en el “sí” con la esperanza de que él entendiera el mensaje subliminal. Afortunadamente, lo entendió, pues con su mano derecha desabrochó mi pantalón, y yo con mi mano izquierda le ayudé a bajar el cierre. Con su voz clara y de tono bajo, me “ordenó” que juntara las rodillas y se acomodó para que mis piernas quedaran entre las de él. Bajó mi pantalón hasta los muslos con ambas manos y mientras lo hacía me acarició desde la cintura hasta los muslos, y desde ellos hasta mi cintura. Recuerdo perfectamente que mis bubis las sentía como endurecidas y los pezones estaban a punto de estallar. Cuando llegó a la cintura, su mano derecha llegó a mi brasier y con sorprendente habilidad lo desabrochó, en un segundo, con un movimiento. Esa misma mano la metió por debajo de mi ropa y estrujó mi bubi derecha; por momentos lo hacía con ternura; en otros, con furia, y las dos me gustaban. Mientras hacía eso, sentí que la punta de su pene estaba “en la puerta”, esperando entrar. Pensé: “si ya lo tiene ahí, por qué no entra si la fiesta está más que preparada y lista.” Un segundo después, con sus dos manos en mi cintura, sentí como si me estuvieran partiendo en dos. Me la había metido toda. Y me dijo: “quédate quieta un momento”. Así lo hice, mordiendo la segunda falange de mi índice derecho, pues el dolor era mucho y no quería gritar. En eso, con su mano derecha deshizo mi moño, enrolló todo mi cabello en su mano y muñeca, como para asegurarse de que yo no pueda escapar. Puso su otra mano sobre mi baja espalda, haciendo fuerza hacia abajo, como intentando que mi torso esté más cerca del suelo y que mis caderas queden más levantadas. Yo pensé: “¡me va a desgarrar!” Me preguntó: “¿estás lista?” Yo cerré los ojos, respiré profundo y sin dejar de morder mi dedo, le dije que sí. Entonces, se dejó venir con todo; yo sentía como si mi cadera se estuviese rompiendo y como si mi vagina estuviese en nivel diez de dilatación. Los primeros minutos fueron de dolor intenso y los siguientes, hasta el final, fueron de placer inmenso. Desde que inició hasta que terminó mantuvo el mismo ritmo, sin dejar que me “escapara” y haciendo que yo poco a poco levantara más mi cadera. Jamás hasta esa oportunidad había tenido tantos orgasmos en tan pocos minutos; fueron cinco en quince minutos. Cuando terminó, le dije que ojalá no haya terminado dentro de mí, pero me respondió: tengo puesto el condón. Yo pensé: “es muy rápido con las manos, pues nunca me di cuenta que se lo había puesto." Él se sentó sobre sus tobillos, yo me volteé para hacerle un oral y fue ahí que vi su pene. Si lo hubiera visto antes, me habría dado tanto miedo que seguramente no lo hubiera hecho con él jamás, pues aun cuando no la tenía larga, sí la tenía muy gruesa. Al mirarla, pensé: “OMG, ¿cómo ha entrado todo eso en mí?” No pude hacerle el oral porque la verdad era muy poco lo que podía entrar en mi boca. Me dijo: “Gracias”; no sé si por haberlo hecho con él ahí o por haber intentado hacerle el oral. Yo sólo me sonreí. Nos pusimos de pie y nos subimos la ropa. Él me tomó de la mano y le guio hasta la carretera. Seguimos caminando unos minutos más, nerviosos, sin decir palabras, hasta que llegamos al paradero. Mientras esperábamos el transporte, nos mirábamos y nos reíamos; las personas que estaban ahí esperando como nosotros, nos miraban como preguntándose: “¿Qué les pasa a éstos, están drogados?” No habíamos consumido ningún narcótico o droga prohibida, pero mi cuerpo estaba “intoxicado” de placer. Al llegar a mi casa, esa madrugada casi no pude dormir, pues el placer que me causó R y la adrenalina de haberlo hecho en un descampado, aún corrían por mi sangre. Los días que siguieron, intenté salir un poco más tarde, buscando la oportunidad de encontrarlo; pero nunca más pudimos coincidir.
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Kandy Skarlett
Skarlett Lee

8 comentarios:

  1. Execelente relato, puedo decir que disfrutas all máximo ya que ya estuve contigo, besos hermosa

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  2. Te gusta cocinar, te gusta coger y tus relatos son de lo mejor, saludos!
    @MrReventador

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  3. Que buen relato es como si yo hubiera sido ese R espero visitarte pronto y probar tu cuerpo

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  4. Que buen relato es como si yo hubiera sido ese R espero visitarte pronto y probar tu cuerpo

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  5. Muy exitante tu relato la vdd, me agrada, me exita la idea de que quizá a cualquiera nos puede pasar, nunca sabes con quien te puedes topar y que intenciones tiene, me hubiera gustado experimentar algo así contigo pero en la cocina @charlymontana

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  6. En el cuarto frío? Haha también tengo una de esas ;)
    @kandy_skarlett

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  7. hasta se me paro muy excitante al despoblado y una violación voluntaria de lo mejor que puede pasar
    Yo pase por lo mismo con una clienta cuando menos me lo espere ya la tenia empinada y lamiendo su rica panochita hasta hacerla venir y después darle con todo hasta el fondo ;-)

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  8. Skarlet o Ely no cabe duda que tus comentarios están llenos de sensualidad no me imagino si así como cocinas de rico haces el amor... un abrazo y espero coincidir contigo alguna vez en una situación tan exitante como la contada.. un beso

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